domingo, 26 de febrero de 2012

Cualquier Cosa sobre la Cruz: una crítica filo-weberiana a la teoría de Rozitchner


Después de años de su consciente descuido intentaré volver a dar algo de vida a este blog. Por ahora este primer tanteo lazariano tendrá más que ver con un esbozo de filosofía de la religión que con una reflexión sobre la propiedad (invoco, pues, a la paciencia de mis lectores). Surge a partir de una búsqueda que hice hace casi un año de estudios sociológicos sobre las relaciones existentes y mutuas interacciones que se han dado entre los desarrollos paralelos del capitalismo y del cristianismo en Occidente.

Cuando encontré googleando el nombre de León Rozitchner, busqué por ende algo que resumiera someramente su libro La cosa y la cruz, esperando encontrar una reflexión filosófica (o política disfrazada de filosofía) que preví sería errada en puntos clave pero que supuse no carecería de cierta profundidad. Me equivoqué. Una reseña bastante bien hecha, y que supongo refleja correctamente el pensamiento del autor, me sirvió para que la inevitable decepción se hiciera carne. Me sorprendió que, además de tramposo, el argumento de Rozitchner sea simplemente más de su vieja y ya conocida retórica anticristiana y una continuación de su abstrusa y psicologizada filosofía política izquierdista.

No pude evitar dejar a manera de comentario una respuesta en el blog donde dicha reseña fuera posteada. Se me invitó a publicarlo como artículo a su vez, pero en su momento no tenía el debido tiempo. 
Aunque un poco extendido y corregido, aquel comentario permanece casi sin alteraciones, o sea, como un borrador, con todas sus falencias. 
Aprovecho, entonces, este pequeño análisis crítico como material para un post. 
Ya vendrán otros.

Un esbozo crítico a los principales planteos de La cosa y la cruz de León Rozitchner

Para empezar, la primer refutación evidente es que, de aceptarse la hipótesis roztichneriana, la "esclavitud a Dios" del judaísmo sería mucho más compatible con la aceptación proletaria del capitalismo que el cristianismo católico, y sin embargo ni siquiera en entre estos factores podemos encontrar una correlación que nos pudiera llevar a suponer una relación causal: aunque las formas primitivas del capitalismo tuvieron cierta relación con el judaísmo (véase la obra de Sombart al respecto), sólo fue así en el aspecto financiero y no en el industrial, y no respecto de las clases que se desarrollarían por obra del capitalismo (ej: la clase obrera industrial), sino respecto a las clases que serían la simiente de su generación (ej: la primer alta burguesía medieval).

El cristianismo católico y su ascetismo extramundano influenciaron a todas las clases sociales, retrayendo el espíritu protoburgués del Imperio Romano (y para autores como Rostovtzeff una forma cabal de capitalismo urbano) y abriendo el paso a otra curiosidad occidental: el feudalismo como una de las tantas formas de relación social (manorialismo en relación con aldeas campesinas, comunitarismo y/o comunismo rural, etc.) que se volvieron necesarias para el regreso a la vida agraria y el desprecio a la vida cosmopolita, lo que incluye, sobra aclararlo, a la vida burguesa.
A este respecto no tiene mayor importancia que el cristianismo haya posibilitado el surgimiento del capitalismo a posteriori, en una versión particular del mismo, sea a través del calvinismo (en la interpretación weberiana) o a través de cualquier otro marco religioso (como el de la interpretación de Rozitchner). Si en el seno del cristianismo estaba en germen el desarrollo de dicho marco, no se deriva lógicamente que el carácter intrínseco del cristianismo sea la promoción de las condiciones de existencia del capitalismo, de la misma forma que en la teoría marxista el hecho de que el feudalismo deba ser el germen del capitalismo no significa ni mucho menos que sea el promotor de las condiciones de existencia del mismo, ya que precisamente se trata de que generaría su negación y futura destrucción.
El cristianismo agustiniano no ayudó directamente, ni al desarrollo de la burguesía, ni al disciplinamiento del proletariado cuya cosificación confunde el autor con opresión de una clase por otra en vez de una forma intrínseca de alienación producto de la revolución industrial.[1]

Pero, tal vez, la peor parte del argumento de León Rozitchner sea la que demuestra su total ignorancia para con el más olvidado de sus objetos de estudio: el cristianismo. Jamás el cristianismo plantea la "ausencia de lo carnal fundante" en donde tres componentes de la Trinidad estarían "elevados a la infinitud sin cuerpo". Precisamente es al contrario: Cristo entra encarnado al reino de los Cielos junto con la misma Virgen María. La inmaculada concepción permite a María el goce del cuerpo sin caer en pecado. La resurrección de la carne significa exactamente eso: una eternidad en el mundo, luego de que la naturaleza haya cambiado. Como bien demuestra Le Goff, no hay religión más carnal que la cristiana, y no hubo época más corporal que la Edad Media.[2]
Nuestro filósofo nos quiere hacer pasar el cristianismo por un catarismo, con el solo fin de hacer un juicio positivo del cuerpo, pero esto, paradójicamente, no en nombre de un hedonismo dionisíaco y nietzscheano sino en nombre de valores cristianos que él hace suyos justo luego de despreciarlos (por lo que no son), ya que sin esos valores el socialismo como intento planificado de emancipación de los asalariados ya no podría ser un requerimiento ético para los individuos enfrentados al “destino histórico” del comunismo (de hecho, es el socialismo marxista, y no el liberalismo burgués, el que requiere de una forma, aunque distorsionada, del ascetismo extramundano).

Frente al cristianismo medieval, casi todas las demás religiones (y las abrahámicas especialmente) separan cartesianamente al hombre de su cuerpo, o bien, al ser respecto del individuo (cuerpo incluido), mientras que en la unión substancial católica medieval[3]  el alma es sólo la forma del cuerpo viviente y consciente, y lo espiritual es la preservación de la forma para luego ser restituida en un cuerpo mediante una materia de nuevo tipo. En el cristianismo (al menos el católico) no hay hombre sin cuerpo. En los momentos previos de la escatología cristiana, todos los muertos están a la espera, sin vida.
Por otra parte, las demás religiones monoteístas no asocian tácitamente a Dios (el Bien) con el mayor bien concretado en todas sus formas humanas en sus relaciones interpersonales: altruismo, piedad, compasión. Porque la materialidad no es sólo gozosa, sino a la vez trágica sin el auspicio de la intervención divina, es que el cristianismo (o Dios si se parte de esta fe) resuelve la contradicción mediante la resurrección de la carne. Es corolario del intento de salvar al cuerpo de la muerte lo que lleva a la crítica del goce inmanente del cuerpo corrompible, en función del goce no contradictorio del cuerpo incorrupto. Hay una consciencia casi freudiana de esta unión entre sexo y muerte que la reproducción de la vida imprime sobre los hombres, de competencia entre especies y dentro de cada especie mediante la reproducción sexual y la jerarquización en función de la competencia de los más aptos. El cristianismo se dirige, pues, dialécticamente, contra la vida y a favor de la vida (a manera análoga en que el marxismo lo hace a favor y en contra del trabajo).[4] En cualquier caso, el mal en el mundo no deja de ser, para el cristiano, algo contra lo que se debe luchar, pero en ningún caso hay esperanzas de que su origen pueda ser resuelto socialmente: el egoísmo, la enfermedad y la muerte son connaturales a "esta" vida. Sólo puede lucharse contra sus fenómenos a escala humana, y contra los males evitables accidentales o voluntariamente realizados por hombres por culpa del pecado. La situación que hace posible el mal en la naturaleza debe ser resuelta física y biológicamente, y esta resolución no puede depender de los hombres, de su manipulación de los contenidos de la naturaleza. Y es por esto que el transhumanismo y no el marxismo es el verdadero desafío para el cristiano futuro. El cristiano espera en un ente infinito absoluto (Cantor dixit) la perfecta emancipación respecto de una naturaleza caída: la única forma del hombre de llegar a la perfección, ya que jamás podrá éste hacerse perfecto a sí mismo (idea esta última que desde el Renacimiento antropocéntrico comparten los pensadores tanto individualistas como colectivistas), no tanto por ser el mismo portador del mal, sino por su misma finitud.

La máxima cristiana de obedecer a Dios y no a los hombres convierte a cualquier cristiano que considere opresión al capitalismo en un opositor al trabajo asalariado (ídem con el socialismo), y como el corolario del agustinismo es el desprecio por los bienes materiales, cuya búsqueda es necesaria para la autoperpetuación del capitalismo, tal abandono reaccionario del orden capitalista se expresa, bien sea en forma contrarrevolucionaria, bien en la resistencia y poca aceptación que tiene la cultura católica comunitaria del ocio y la contemplación para con la vida burguesa. Sólo el ascetismo intramundano del protestantismo calvinista posibilita y fomenta adaptar el cristianismo a una ética capitalista de austeridad para con el capital y de sometimiento al trabajo racionalizado en la búsqueda individual del éxito. Y sin embargo, incluso en este particular caso, sólo apoyándose en un galimatías retorcido (véase, el freudomarxismo rozitchneriano), se puede encontrar una relación entre un supuesto olvido de lo sensible por parte del cristianismo calvinista, y la supuestamente sumisa cosificación del trabajador (cosificación que, por su propensión a ser masificada, tanto el sindicalismo como el marxismo han utilizado a su favor poniendo a la cosa en contra del capital como relación social).

El capitalismo contemporáneo de consumo contra el cual Rozitchner se dirige ya no se parece en nada al capitalismo del siglo XIX: el presente ha regresado a una versión reducida del culto pagano al cuerpo (no a su valoración católica) basada en el placer sexual y en la mayor competencia por la generación de su deseo, la cual se adapta perfectamente a la asociación entre la negación del ocio en el trabajo y su recuperación mediante el falso ocio de la cultura del entretenimiento: la satisfacción narcisista a través de la carrera en las diferentes competencias, de rango y de consumo, que son parte de la sociedad de mercado (que considerablemente bien describen Karl Polanyi y Michel Houellebecq). Es al público de esa sociedad al cual Rozitchner se dirige (y puede hacerlo debido a que ya ésta está estructurada sobre un contractualismo finalmente hedonista), intentando sin éxito criticar al capitalismo con los valores antropológicos de un socialismo (el marxista) que comparte, como versión saneada de su homo "tecnologicus", todas las premisas del homo oeconomicus burgués.[5] O sea, el desprecio cristiano a la vida proletaria parte de la protección del cuerpo contra la corrupción propia de la dominación de la máquina, mientras que el marxismo define al hombre en acto (contra el hombre potencial) por su ubicación social, y por tanto estigmatiza al proletario desposeído, a la única clase dominada sin propiedad ni capacidad de explotar a futuro, como "pura negatividad", la negación de la humanidad y así negación de la negación de la sociedad con clases. Contra los intentos reaccionarios de desproletarizar al proletariado, el marxismo (cimiento para las premisas metafísicas de Rozitchner) intenta deshumanizarlo al límite de lo posible, en función de agudizar las contradicciones (o las tensiones leídas como tales), y luego disciplinarlo aun más para acumular capital que sirva a la construcción socialista. 

El mesianismo apocalíptico pasa así del pueblo judío en espera de universalizarse en la comunidad cristiana de las almas, al pueblo proletario en espera de universalizarse en la comunidad marxista de los bienes. Espera que, aunque distinta, ambos desean acortar; sin embargo la espera marxista –el período socialista o "primera fase del comunismo"– es una exigencia para el marxismo-leninismo hasta el fin de todas las naciones capitalistas: el proletario debe pagar por el pecado original de la propiedad y servir a su destino de martirio revolucionario. 
La concepción lineal de la historia, que exige el paso por un período burocrático (capitalismo y socialismo) como parte final del viaje histórico de los cinco modos de producción occidentales, que comienza al abandonarse el edén del comunismo salvaje y finaliza en el milenarismo del comunismo futuro, resulta así, paradójicamente, una copia de Marx casi calcada del cristianismo.



[1] Rozitchner interpreta la disciplina industrial como explotación haciendo una petición de principio, siendo que la estigmatiza por darse en un contexto de explotación: nada hay que reprochar, parece, a la feroz disciplina laboral y social de los países socialistas ¡a menos que acaso también ésta sea el fruto perverso de la Iglesia Católica!
[3] Y, precisamente, el desarrollo de este concepto se da en la Baja Edad Media gracias a las sistematizaciones aristotélicas de Santo Tomás, llevándonos así en sentido contrario a la tesis de Rozitchner, ya que este momento abre el paso al capitalismo moderno.
[4] A favor, porque pretende liberar al trabajo alienado mediante el trabajo creativo, y en contra, porque más allá de su alienación el trabajo como necesidad del comunismo primitivo daría paso a la generación de plusvalor expropiable, para luego crear las condiciones para que el trabajo como necesidad desaparezca en un comunismo superior. De manera similar, en el cristianismo la vida caída debe ser elevada, pero a la vez condenada ya que su corrupción crea las condiciones para todas las formas de pecado, prueba gracias a la cual se podrá finalmente recuperar el cuerpo en una forma superior a la situación del edén.
[5] La crítica se hace sin éxito intentando –a la manera marxista– universalizar el egoísmo patrimonial partiendo de estas premisas antropológicas para que su colectivización transforme la naturaleza de las mismas. Este “nuevo hombre” debería lograrse gradualmente mediante la redistribución de recursos y el traspaso de la propiedad sobre el capital al Estado, siendo que la clase proletaria es considerada intrínsecamente incapaz de ejercer ningún tipo de propiedad privada por ser una clase sin economía propia, ni tampoco una propiedad colectiva, ya que para eso deberá haberse disuelto como clase, cosa que debe suceder en la colectivización social comunista mediante la abolición de la división del trabajo.
Si, para Rozitchner, se trata de crear el cielo en la tierra, entonces es natural que perciba que el rechazo de la propuesta (la marxista entre otras) de un paraíso perfecto creado por el hombre implica el reconocimiento (principalmente cristiano) de que sólo puede ser creado por Dios. Y si esto es, a su vez, signo y señal de esa cosificación, entonces la humanización para este autor dependería no de una rebeldía contra la explotación, sino de una revolución totalitaria que debe imponerse a la voluntad de todos, en nombre de, paradójicamente, un hombre abstracto, nuevo, que ésta hará posible (supuestamente en forma no coercitiva), en contra del hombre de carne y hueso (que es el que la realiza), o en contra de la aceptación de que es éste el causante, en su más remoto pero profundo origen, del orden que se quiere revolucionar.