martes, 18 de abril de 2006

El constructivismo postmoderno como excusa de una izquierda premoderna

Como hice en mi post anterior, voy a publicar una crítica filosófica, y en parte política, que fuera parte de un ensayo propio, en este caso al artículo "¿Qué es la filosofía?" de Deleuze y Guattari. Cabe aclarar que la crítica es a dicho trabajo de estos autores, y a lo que del pensamiento de estos autores esté representado en el mismo. Ni más, ni menos. En cuanto a mi blog, prometo que con más tiempo volveré a mis escritos habituales. 

  

  Crítica a la filosofía como construcción

La filosofía como mera construcción (o, si se quiere, creación, aunque no signifique lo mismo), es el reverso de la filosofía como mera contemplación a la Jaspers[1]: en una cara contemplamos sin comprensión racionalizada, en la otra razonamos para crear posiciones contrapuestas con respecto a una realidad que no sólo se desconoce sino que se “crea” en “conceptos”. Deleuze y Guattari nos presentan a las posiciones filosóficas relativas entre sí para competir por el gran amor: una “sofía” que no es otra cosa que el monopolio de su representación mediante el concepto, y que para el final de su artículo[2] termina evaluándose a su vez según criterios metafilosóficos, pero cuya base es, se quiera o no, a su vez filosófica. Las dos caras de la misma moneda comparten entre sí una suerte de relativismo en común, y en el caso de Deleuze y Guattari se adorna este relativismo con una crítica más dialéctica que realista, saturada de retórica pomposa y casi petulante.

Volviendo al artículo, creo que la idea de filosofía como construcción que nos presentan sus autores debe ser aclarada antes de ser criticada. Parece ser que “la filosofía” sería, según estos, no un sino el “arte de formar, de inventar, de fabricar conceptos”. Ese sería el lugar de los filósofos; los demás cumplirían la función de usar de los conceptos. En fin, todo esto me parece retórica vaga, algo confusa y sin mayores fundamentos, pero debemos manejarnos con lo que tenemos: no pidamos precisiones weberianas. Veamos entonces: ¿qué sería formar-inventar-fabricar conceptos? A esta pregunta los autores apenas contestan admitiendo que no les importa haberlo dicho bien o sido convincentes[3], sino que bastaría con los “personajes conceptuales” que contribuirían a su definición… ¡qué suerte! Los personajes “conceptuales” serían -oh, sorpresa- los creadores de conceptos, o sea: los filósofos, o como prefieren decir ellos: “los amigos del concepto”, a veces incluso “conceptos” en potencia (a la vez amantes, o bien, pretendientes y rivales, quien sabe: todo depende de si consideran polígamos a los amantes o polígama a la sabiduría mientras ellos no lo saben). Aquí entonces filosofía sería a la vez sinónimo de concepto y a la vez el arte de los “amigos del concepto” de crear conceptos. Retórica vacua aparte, esto es todo lo que nos queda: poco y (de) nada. Sin duda, si de esto se trata la filosofía, los autores se comportan como verdaderos filósofos según su propia definición: crean conceptos vacíos de contenido que apenas conservan algo de la sustancia (la que pueden) debido a que la transmiten necesariamente mediante palabras (si usaran un metalenguaje telepático seguramente optarían por el mutismo). Sin duda, ellos como “personajes conceptuales” contribuyen al conocimiento de lo que definen por filosofía: crear conceptos con independencia de su contenido real o de su validez (y si intentamos seguir a los autores estos “conceptos” serían las ideas clave de una doctrina filosófica: los “conceptos filosóficos”, y no los conceptos en sentido amplio, conceptos estrictamente hablando por mucho que los autores lo nieguen[4], ya que de otra forma todos serían filósofos en el momento mismo de conceptualizar cualquier cosa: desde un triángulo hasta una vaca). Pareciera ser que la idea está en crear conceptos “nuevos”, pero nuevamente, cuando un científico conceptualiza por primera vez un quark cima o un agujero de gusano, sin lugar a dudas está creando un “concepto”, pero ciertamente no podemos decir que esté haciendo filosofía. A este paso creo que menos podríamos decirlo de los autores citados, así que intentaré en aras de la brevedad y de mi paciencia ir a donde creo -¡creo!- está lo que sin duda sería el error de los autores: se crea, no sólo de la nada (que sería lo de menos y hasta algo maravilloso) sino que se crea con la nada. Los conceptos tienen una fuerza contenida por el sólo hecho de ser conceptos. Y admiremos su reconocimiento[5]: no hay contemplación ya que lo contemplado sería el concepto mismo creado que no contempla nada sino a sí mismo: las cosas empiezan a verse luego de ser conceptualizadas y no antes. O sea, un anti-realismo y un falso conceptualismo filo-nominalista[6] al fin: se piensan cosas y luego se ven. Y los autores no se detienen aquí, ya que tajantemente afirman que no sólo la filosofía no se define por contemplar, sino que ni siquiera contiene la posibilidad de contemplar: “La filosofía no contempla, no reflexiona, no comunica, por más que haya creado conceptos para esas acciones o pasiones”[7]. Reducido así el término "concepto" a los solos conceptos filosóficos, luego particularizado, más tarde abstraído de todo contenido de realidad, y finalmente alienado de todo contacto con los universales, los conceptos nuevamente no pueden ser comparados de ninguna forma en ninguna arena filosófica, ni por experiencia posible o intuición[8]. Si volvemos unos renglones más arriba veremos que en esto, finalmente, no se distancian -paradojas aparte- de Jaspers cuando nos decía que la filosofía no puede luchar ni probarse. Es así que la conceptualización es el arte de crear nociones -si cabe el término- caprichosas, pero todos los otros ámbitos creativos ya no formarían conceptos. De golpe, científicos y artistas quedarían fuera de este “arte de no hacer nada” que sería formar conceptos. Y se preguntan luego los autores -no es para menos-, con su concepto de filosofía recién venido al mundo, maltrecho y mutilado, ciego, sordo y mudo, que han engendrado sin un verdadero filosofar: “¿por qué es preciso crear conceptos, y siempre nuevos conceptos, bajo cual necesidad, para qué uso?”[9] (véase la redundancia entre crear conceptos y aclarar que son nuevos). Claro ¿para qué filosofar si no hay contemplación? Si filosofar no puede ser ya un fin sino un medio para hacer “nadas creativas” pero funcionales, entonces la pregunta no es, ciertamente, errada (sólo malintencionada). La respuesta no se hace esperar: por la rivalidad entre pretendientes de la “sofía”. A los autores no les molesta la idea de cometer ningún error (¿cómo podrían?) cuando nos dicen claramente que jamás tuvieron problemas “respecto a la muerte de la metafísica o con la superación de la filosofía: son inútiles, penosas necedades”[10], pero, pregunto, si para ellos crear conceptos es el trabajo de los filósofos, entonces ¿aceptarían ellos que puede haber un mundo sin conceptos? (imagino que podrá haber un mundo sin filósofos, o sin Deleuze y Guattari). Más aún ¿con qué símbolo significante llamarán al concepto luego de la muerte de la filosofía creadora de conceptos? ¿O empezaremos a llamar filósofos a todos por el solo hecho de poder formar en sus mentes lo que otrora se llamaban conceptos? Como vemos, la posición que pretende reducir la filosofía a un mero constructivismo caprichoso termina creando filósofos a la medida de sí misma. Filósofos, si así se los puede llamar, o si así quieren que los llamen, lo cual no tiene mucho sentido, siendo que desprecian los conceptos filosóficos y de hecho ellos no han creado ninguno, al menos no en este artículo, con lo cual ¡no han hecho, en sus propios términos, filosofía! [...]

Finalmente los autores teatralizan un escándalo cuando hablan de la mercantilización del concepto (como ellos lo entienden) por parte del marketing. Los derroteros que han tomado los han llevado a una conclusión delirante, y es así que disfrutan de lo que creen es la destrucción revolucionaria de la filosofía en manos de la publicidad comercial. Y de pronto es que, como la cereza agria del postre, nuestros revolucionarios nominalistas en su, pareciera ser, primitivista filosofía política, ponen el grito en el cielo rogando una contrarrevolución en lo que creen sería un proceso histórico: el “concepto”, esto es, la “filosofía”, tendría así tres edades: la “enciclopedia” [sic], la “pedagogía” y la “formación profesional comercial”[11]. (¡La filosofía empezando por la enciclopedia! Creo que los autores no deben haber notado semejante incongruencia luego de haber repetido el nombre de Platón a lo largo del artículo.)

Finalmente terminan su argumentación intentando “desesperadamente” salvar a la filosofía del desastre absoluto: el “mercado de consumo”, cuando renglones antes habían dicho les importaba muy poco su muerte. ¿Confusión o mera hipocresía? Sin duda sí anticapitalismo visceral, y ridículo: en nombre de la filosofía debemos luchar contra la publicidad, para así quitar al “concepto filosófico” (que ellos llaman ahora concepto) de las manos de los beneficios sociales del “punto de vista del capitalismo universal”. Para finalizar los autores nos regalan un poco del relativismo interpretativo de acuerdo a un polilogismo[12] que debería ser historicista pero cuyas ruedas históricas pretenden detener. A título personal debo decir que, -y esto se relaciona directamente con el tema de este trabajo- adhiero a la opinión de que el llamado “postmodernismo” pasará a la historia, salvo honrosas excepciones, como una triste moda[13], cuyo único mérito habrá sido destruir a Hegel, como los cuervos sacan los ojos de su criador, pero dejándolo vivo con sólo lo malo. Entonces, junto con éste, destruirán a la modernidad misma.[14] La realidad, mal que les pese, es que los destructores de la filosofía son ellos, y no el mercado. O, más propiamente, son ellos la parte del mercado que se dedica a destruirla, y a consciencia. Ya por el contenido y no desde el contexto.

Quedémonos entonces con la comprensión de cual es el error de la médula cuasi solipsista[15] que implica la “filosofía como construcción” y liberémonos entonces de los detalles del artículo, aunque los mismos nos hayan servido para entender por qué la crítica a la “filosofía como construcción” debe estar cargada de un carácter de fuerte reflexión que no excluya el de oposición, al menos en este caso[16]. Seguramente el constructivismo postkantiano pueda entenderse de muchas maneras sin caer en un solipsismo si se aplica a áreas donde podamos evaluar realidades exteriores (la existencia de los psiquismos humanos, por ejemplo) en las cuales la construcción ocupe parte necesaria del mundo perceptual (la carga emocional y afectiva asociada a datos empíricos sobre el mundo interpersonal), pero este análisis, en última instancia filosófico, sólo puede hacerse estando parados sobre la realidad ontológica, y no desde fuera de ella.


[1] Cfr. Karl Jaspers, La filosofía, Bs. As., Fondo de Cultura Económica, 1980, passim.

[2] Cfr. Gilles Deleuze y Felix Guattari, ¿Qué es la filosofía?, Rev. Caronte, Bs. As., Altamira, año 1, nº 1, octubre 1992., p. 50.

[3] Cfr. Ibídem, p. 42.

[4] Cfr. Ibídem, p. 44.

[5] Cfr. Ibídem, p. 45.

[6] Cfr., J. A. Casaubón, Palabras, Ideas, Cosas, Buenos Aires, Candil, 1984, pp. 63-82.

[7] Cfr. Gilles Deleuze y Felix Guattari, op. cit., p. 45.

[8] Cfr. Ibídem, p. 46.

[9] Cfr. Ibídem, p. 47.

[10] Cfr. Ídem.

[11] Cfr. Ibídem, p. 50.

[12] Cfr., Ludwig von Mises, Teoría e historia, Madrid, Unión Editorial, 2003, passim.

[13] Cfr., Alain Finkielkraut, La derrota del pensamiento, Barcelona, Anagrama, 1987, pp. 130-137.

[14] Cfr., Juan José Sebreli, El asedio a la modernidad, Buenos Aires, Sudamericana, 1995, passim.

[15] Cfr., Karl R. Popper, Realismo y el objetivo de la ciencia, Madrid, Tecnos, 1998, pp. 120-132.

[16] Ya sabemos que la palabra “crítica” tiene en su origen un sentido realista y no dialéctico, ya que esta es otra palabra que ha sido cambiada de significado junto con ideología: ideología antes significaba un conjunto orgánico totalizador de la realidad e interfuncional de ideas, y ahora se traduce por racionalización legitimante como producto cultural inconsciente de las estructuras de un grupo social con respecto a otros (idea esta última que es producto del mismo pensamiento ideológico, e ideológico en el primer sentido, cuyo análisis retomaría Minogue en su Alien Powers: The Pure Theory of Ideology). La ideología, como en el caso del constructivismo filosófico citado, interpreta la realidad como construcción artificial y luego en nombre de reemplazar a los constructores y hacer partícipes a la totalidad en la construcción, se apodera de esa construcción volviéndola artificial, si bien no a la realidad en pleno, sí a la realidad social humana misma transformándola en un mecanismo totalitario. Dicho tipo de ideología puede lograr algo hasta que los ingenieros de esta su pseudo-realidad, chocan con las leyes sociales y económicas que son propias a la realidad misma, y adoptan entonces una posición de confrontación más propia del viejo radicalismo político en pos de una ingeniería social, frente a la cual el constructivismo revolucionario posee, como bien describiera una vez Claudio Uriarte, un «código genético que es una militancia activa y decidida para ignorarla». La ideología opera entonces cambiando subrepticiamente de significado a los significantes, arte gramsciano en el cual ha evolucionado mucho. Jacques Ellul explicaba en Autopsia de la Revolución cómo «los comunistas que utilizan las palabras justicia, libertad, democracia, etc., están perfectamente habilitados para hacerlo cuando se trata de propaganda, pero dejan radicalmente de ser marxistas si toman los términos en serio. En el plano intelectual, el marxismo implica respecto a la revolución una actitud puramente objetiva (científica) y en el plano moral un cinismo integral. A veces nos hemos indignado al ver luchas de clanes en los países marxistas, y entregar a la muerte a hombres que realmente eran sus amigos antes. (Mucho antes de Stalin, el abandono por Lenin de Rosa Luxemburg y Liebknecht es significativo). Pero esta indignación prueba que no se ha comprendido nada del marxismo. El mismo Lenin describe el oportunismo como (¡entre otras!) la actitud de los que modifican la conducta de la Revolución en función de sentimientos personales, amistad, odio, miedo, intereses... Al relacionarlo todo con el proceso histórico se produce ese cinismo en virtud del cual se puede hacer decir a las palabras exactamente lo contrario de lo que significan (y una parte de lo que hoy se llama crisis del lenguaje está en la difusión de este cinismo histórico). [...C]uando la historia se convierte en la clave de todo, el comienzo y el fin del sentido, entonces el hombre está más estrechamente desposeído de sí mismo que por el más exigente de los valores. Pues, a lo largo de la Revolución, se encuentra desprovisto de todo punto de referencia posible, salvo la interpretación misma de la historia [...] mientras que el bien y el mal, integrados en el tiempo, no señalan nada de bueno o de malo, sino que sólo una práctica designa la eficacia y la oportunidad». En cualquier caso, dudo mucho que los autores del artículo lleguen a lograr hacer un equívoco de la palabra “concepto”.